lunes, 31 de mayo de 2010

Cartagena, el centro histórico arrasado

En países de vieja e intensa humanización como España, el territorio es, ante todo, una creación cultural. El hombre en una acción modeladora de siglos, llena de trabajo, sueño y pensamiento, ha ido transformando el medio natural en paisaje de cultura. Este paisaje, al conservar las huellas y herencias de nuestra civilización, constituye un patrimonio cultural de valor incalculable. El mejor ejemplo de paisaje cultural y de creación social lo tenemos, sin duda, en la ciudad.

En 1980, el Gobierno español declara el Centro Histórico de Cartagena "Conjunto Histórico Artístico", mediante Real Decreto 3046/80, con el Grado 1 de protección, el mayor de todos. 30 años después esta es la situación, como consecuencia de las políticas aplicadas y fomentadas por el Ayuntamiento de la ciudad, entre otros organismos encargados de velar por su protección. En tonos amarillos, la trama urbana arrasada, barrios históricos enteros desaparecidos y sustituidos en parte, por proyectos horteras y vulgares, idénticos a los de cualquier ensanche "funcional" de cualquier ciudad española.


El texto en cursiva que encabeza este artículo y los que siguen, salvo los pies de foto que son míos, son de mi amigo Miguel Ángel Troitiño, geógrafo, catedrático de Geografía Urbana en la Universidad de Madrid. Con ambos textos, los suyos y los míos, pretendo organizar dos discursos paralelos sobre los centros históricos en general, a los que se refiere Miguel Ángel, y sobre el de Cartagena en particular mis textos, con apoyo gráfico también preparado por mí. El contraste entre la teoría generalmente aceptada y proclamada en todos los foros especializados -Miguel Ángel también forma parte de ICOMOS, el organismo que declara y controla el Patrimonio de la Humanidad-, y lo perpetrado en Cartagena en las últimas décadas es, objetívamente, desolador.


El barrio del Molinete, según el rigurosísimo plano dibujado por Julián Sáez en 1912, tenía más de 300 edificios, organizados según una trama urbana condicionada por las notables pendientes del monte sobre el que se asentaba, la densa parcelación como corresponde a un barrio popular, y por la omnipresente referencia visual y cultural que representaba cúpula de La Caridad; las calles más importantes del barrio -la Aurora, San Esteban, plaza y calle de la Tronera-, apuntaban visualmente hacia la cúpula de la iglesia, caracterizando de inmediato la "cartagenereidad" del barrio, y proporcionándole entre ambas, esa individualidad respecto al resto de la ciudad de Cartagena. Para entender la dimensión de tragedia perpetrada en el Molinete diré que esos trescientos y pico edificios que conformaban el barrio, arrasado como digo en las últimas décadas, son ni más ni menos, los edificios que arrasó la artillería en el pavoroso bombardeo de Cartagena, durante la Guerra Cantonal.


El centro histórico constituye una de las piezas más representativas en el paisaje de nuestras ciudades y su significado desborda ampliamente el papel que le correspondería en función de su superficie, entidad demográfica o actividad económica. Siendo una parte pequeña de tejido urbano, constituye un espacio simbólico que sirve para identificar, diferenciar y dar personalidad a las ciudades.


Sobre el plano de Ordovás de 1799 he vuelto a señalar en verde las mismas áreas arrasadas que aparecían en amarillo en la foto inicial de este artículo. Cada barrio tenía su propia personalidad física y social. Esos barrios, nos dicen, van a ser "rehabilitados", y lo que prometen es una solemne mediocridad arquitectónica y paisajística. Cuando nací, heredé la ciudad de Carlos III, Felipe II, Bizancio, Roma y Cartago, Vodopich y Ferignán, entre otros. Nuestros hijos heredarán un vulgar ensanche.


El casco antiguo de una ciudad constituye su espacio histórico por excelencia y es, en gran medida, la memoria colectiva de la sociedad que lo habita, siendo un auténtico libro donde los vestigios del pasado nos revelan la historia de la ciudad y de sus habitantes (Levy, 3. P., 1987). Es una realidad cultural, reflejo espacial de diversas formaciones sociales, que contribuye a excepcionalizar un paisaje y a que la ciudad tenga sus propias señas de identidad.


El plano de Julián Sáez, de 1912, permite apreciar la extraordinaria densidad de los barrios desaparecidos. Lamento que no tenga la calidad adecuada pero muestra con suficiente claridad cómo la ciudad, al igual que la mayoría de las ciudades españolas de finale del XIX y comienzos del XX, apura hasta el límite la capacidad del espacio intramuros.En esa época la ciudad llega a su plenitud como espacio urbano consolidado. Tuve la suerte de conocer a Jose Luis García Fernández, arquitecto, dibujante de cientos de ciudades del norte de España, y especialista en la conservación del patrimonio. Decía, que dentro de 200-300 años, apenas quedarían en pie algunos edificios y elementos de la ciudad, pero siempre nos quedaría el TRAZADO DE LA CIUDAD a la manera de una radiografía de la que extraer toda una fabulosa información.


En el centro histórico se debate no sólo la pervivencia de una pieza singular del complejo mosaico del paisaje humanizado, sino que también se dilucidan importantes cuestiones culturales, funcionales y sociales. En este espacio singular, bajo los símbolos del pasado subyacen los problemas del presente y también en bastantes casos las esperanzas del futuro. La defensa y conservación de nuestros centros históricos continúa siendo un reto, donde la ciudad de la cultura no debe bajar la guardia frente a los adalides del progreso.


Hace años, antes de que se decidiera acabar con el barrio de "La Universidad" por la vía rápida en beneficio de las grandes constructoras, se planteó una operación basada en experiencias contrastadas en Europa, sobre todo en Italia, y algunas muy cercanas en la Comunidad de Castilla - La Mancha, las famosas y supereficaces "Cuenca a Plena Luz", "Toledo a Plena Luz", etc. Consistía en proveer créditos blandos a los propietarios de los edificios con la condición de que los pisos rehabilitados se dedicaran al alquiler para estudiantes. Era una solución respetuosa con la ciudad, nada traumática, que resolvía la economía de muchos propietarios y de infinidad de proveedores y oficios modestos, y aseguraba la supervivencia del barrio estudiantil. Exigía tiempo y dedicación de una pequeña oficina municipal. Extrañamente la idea no cuajó. Se optó por meter la pala y rediseñar horteramente el barrio.


La implantación de la cultura de la recuperación, más allá de las protecciones pasivas y de las declaraciones de conjuntos históricos, requiere avanzar en el conocimiento de la ciudad como patrimonio y recurso cultural colectivo. Sin un adecuado entendimiento de la dimensión cultural del patrimonio urbanístico de los centros históricos será muy difícil tanto su defensa como su recuperación integral. Hay que alcanzar nuevos equilibrios que, siendo respetuosos con los valores arquitectónicos, urbanísticos y culturales del pasado, den respuestas a las necesidades del presente. El centro histórico es, además de un patrimonio cultural, una realidad social con problemas y necesidades especificas que deben ser resueltos; olvidar estos problemas y estas necesidades puede conducir a soluciones arquitectónicas, alejadas del compromiso social y a la desaparición de importantes dimensiones del patrimonio cultural.

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